In Memoriam, por A. J. Tacchelli Andrade

Ha muerto un grande hombre, autodidacta, ciudadano de recia verticalidad, adornado con el manto intocable de la probidad, cordial y caritativo, artífice de un honorable hogar dentro de los cánones de su religión cristiana, preocupado hasta el cuantum por la cultura de esta región andina, próvida de semilleros de hombres cultos en las diversas ramas difusas del conocimiento, de las ciencias. Hora inesperada, triste .y dolorosa el repicar el teléfono a las 5 de la tarde y oír la voz entrecortada y llorosa de la profesora María Consuelo, informándome que su progenitor acababa de exhalar sus últimos suspiros vitales. Me quedé inmóvil como la Esfinge, y mis ojos se nublaron de lágrimas como el atardecer plomizo y lluvioso del Ávila. Mi coetáneo Don Rafael Ulises Largo Parada, fuimos amigos entrañables, ambos jóvenes, alegres y soñadores, desde mi llegada por primera vez a esta bella y hermosa dudad de la cordialidad, hoy, ha tiempo, casi 40 años, cuando imberbe salí de mi lar natal, Trujillo, instalando mi carpa al compás del rumor de sus aguas cristalinas, frescas y ondulantes, y admirando con inquietud lírica las bellezas y hermosas colinas circundadas por los iricentes celajes del Alba, y trémulo de inspiración oteando sus atardeceres de gualda y oro, hundiéndose en la lejanía del horizonte. Qué sensitivas maravillas colmó mi espíritu sediento de líricas emociones.

Aquí, Rafael Ulises extendió sus manos cordiales hacia mi y yo fui hacia él, como un hermano espiritual, y fraternizamos elevando el cáliz sacrosanto de la Amistad, como aquellos jóvenes griegos que acudían a oír las pláticas socráticas de los valores intrínsecos, inmanentes en los seres racionales y creó las normas Éticas, que nutren el espíritu de los hombres savia purísima de la virtud, del bien y la comprensión de lo humano y divino.

Las leyes de la naturaleza mutables e inmutables cumplen sus designios, y cada ser y las cosas tienen su término contrario: día-noche, alegría-tristeza, vida-muerte, pero la muerte no es la caverna de espesas obscuridades, ni el Silencio aterra a la Soledad, ni el Espíritu lo destruye la Muerte sino que ese efluvio se reincorpora al gran receptáculo del Divino y Eterno Creador de la Naturaleza.

Don Rafael Ulises fue el promotor y secundado por hombres de gran temple de progreso social-cultural, crearon el Acta Constitutiva de la Biblioteca de Táriba, donde estudiantes de bachillerato afianzaban más sus conocimientos por las explicaciones didácticas de los profesores de sus respectivas materias, además charlas y conferencias de Literatura, Semántica, Principios de Sociología e Historia de la Filosofía. Ese Centro de Cultura era su Templo, y él como humilde Hieródulo guardaba el servicio del culto de la Diosa Minerva; allí obtuvo efímeros agradecimientos y aplausos, sin obtener prebendas ni exigirlas tampoco, Don Rafael murió y vivió como Antístene, símbolo vivo de la pobreza y de la honestidad, virtudes estas no codiciables por los avaros e impúdicos.

Hoy, sus deudos lloran lágrimas de dolor sobre el lapídeo que cubre los restos de m i amigo; y yo vengo de la Sultana del Ávila, en estas hora de consternación moral y de profundo pesar, a reiterar mi fraterna amistad ante los despojos mortales de Rafael Ulises. Sereno, pensativo y silencioso, digo: ¿Por qué buscáis entre los muertos aquel que vive? (El Evangelio). Aún más recuerdo el versículo de Paulo de Tarso: Son los muertos vivos que entierran a sus muertos. Terrible apóstrofe que conmueve ateos y materialistas.

Tomado de Diario de La nación, 29 de Mayo de 1989